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La felicidad como un estado del ser

  • Foto del escritor: Natalia Mendez Garzon
    Natalia Mendez Garzon
  • 15 ene
  • 2 Min. de lectura
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La Carta 24 del libro Cartas de un Yogui Peregrino, nos invita a recordar una verdad que, aunque esencial, parece perdida en el ruido del mundo moderno: la felicidad genuina no es algo que se persigue, sino algo que se cultiva desde adentro, en la sencillez de vivir con autenticidad y gratitud. En un mundo que a menudo nos impulsa a medir nuestra valía por lo que hacemos o tenemos, olvidamos que nuestra esencia no está en el hacer ni en el poseer, sino en el ser.


Hoy, más que nunca, vivimos inmersos en un flujo constante de estímulos que nos alejan de esta comprensión. La inmediatez de la tecnología, las expectativas sociales y el miedo a no encajar se convierten en obstáculos que nos hacen creer que el éxito exterior equivale a plenitud interior. Es fácil caer en la trampa de buscar satisfacción en las validaciones externas: un trabajo bien remunerado, una imagen impecable en redes sociales, o la acumulación de cosas materiales. Sin embargo, en la profundidad del corazón humano, hay una añoranza por algo más real, más simple y más eterno.


La carta nos recuerda que no se trata de añadir más cosas a nuestra vida, sino de restar todo aquello que no nos pertenece verdaderamente. La autodisciplina, mencionada en el texto, no es una imposición rígida, sino una práctica de volver, una y otra vez, al centro. De escuchar con atención aquello que nos da paz y soltar lo que nos agita. Vivir con humildad, con gratitud, con propósito, no es algo que debamos aprender desde cero, sino recordar, porque ya habita en nosotros.


Las situaciones que obstaculizan esta conexión son, paradójicamente, aquellas que hemos creado para facilitarnos la vida: la prisa, el deseo de control, la dependencia de la aprobación externa. Pero la solución no está en alejarnos del mundo, sino en aprender a habitarlo desde una perspectiva diferente. Si cada acto, por pequeño que sea, se realiza con atención, si cada encuentro es visto como una oportunidad para compartir y cada paso como un camino hacia el interior, entonces la vida misma se transforma en el espacio sagrado donde la felicidad puede florecer.


Así, la Carta 24 nos invita a una reflexión profunda: ¿podemos confiar más en la vida y menos en nuestros planes? ¿Podemos dejar de trabajar únicamente para "ganarnos la vida" y, en cambio, vivirla con entusiasmo, con el alma ligera? Porque en esa ligereza, donde el hacer surge del ser, es donde finalmente hallamos la libertad de simplemente existir.

 
 
 

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